lunes, 24 de febrero de 2014

Funambulistas

El azar, ese caprichoso desatino del destino capaz de crear unos seres tan maravillosos en sí mismos que se convierten en el paraíso. Escasos, ocultos entre la multitud y a la vez tan lejos de esta que apenas sí podrían soñar con tocarlos. Ellos son únicos en su especie, iguales entre sí de la misma forma que son dicotómicamente lo opuesto a cada uno de sus semejantes, con un corazón más valioso que cualquier tesoro que pueda añorarse encontrar, demostrando que, aún sola, una llama puede arder.

Las simples gentes, cautivadas por tan misterioso mundo, no tardan en anhelar la posesión de tales seres que, alegre y sinceramente, no dudan en renunciar a todo lo que significan para fundirse con lo que creen sin reserva alguna que es amor. Se despojan así de su titánica presencia, sacrifican su espíritu volátil para integrarse en la quietud de la tierra que les rodea, sin percibir que dicha calma exuda el olor de la decadencia, creyendo firmemente en la bondad de sus captores.
Siempre tratan de romper los grises dogmas establecidos, dar la chispa que hace de su propia existencia un lugar en el estricto sentido de la palabra como una extensión de su propio cuerpo. Es entonces cuando surge el rechazo, cuando el amor se revela en posesión y cada uno de los pasos va encaminado a encerrarlos en una pequeña botella donde verlos brillar, olvidando que cualquier fuego necesita oxígeno para respirar, convirtiéndolos, corazones cobardes, en un estercolero de sus propios miedos. Finalmente, aquejados y desesperanzados, abandonan su prisión una vez que la costumbre tumba los barrotes que nunca los retuvieron y vagan por los caminos, solos, añorando su antiguo mundo, sin entender por qué los señalan y desdeñan con ludibrio antes casi de poder hablar. En tan luengo camino se tratan de ancorar en el arrullo del mar, en los árboles partidos por el rayo, en los ecos de algún lejano cantar.

Y al concluir el día se dan cuenta de que la historia que pretendían escribir se ha convertido en un palimpsesto que solo unos pocos podrán entender, aceptando que aquello cuanto ardió no son más que unas cenizas que, guardadas en el baúl de los recuerdos, esperarán a ser sopladas de nuevo.


Por supuesto que aún se les puede encontrar, en el alto de algún camino, con un viejo candil, que nadie sabe si pretende atraer a algún curioso deseoso de escuchar historias en las que ya nadie cree o si tan solo pretenden ahuyentar a las gentes que les condenaron a vagar. Allí estarán, sentados, irónicamente felices, susurrando leyendas mientras contemplan las bondades de las hogueras sin fuego.