"Hemos construido un sistema que nos persuade a gastar dinero que no tenemos en cosas que no necesitamos para crear impresiones que no durarán en personas que no nos importan."
Un simple vistazo general sirve para echar por tierra el ideal del mundo moderno sobre la felicidad. Desde que nacemos, somos aleccionados con unas determinadas pautas sobre conducta y adecuación al medio que vamos afinando con los años. Una serie de patrones que en teoría nos alientan a ser felices. Así, aspiramos a conseguir una familia, un poder adquisitivo, un reconocimiento y un prestigio social, una casa… Y la ausencia de esto conducirá a la infelicidad, pero peor aún será ostentarlo porque desembocará también en infelicidad, o por no tener aspiraciones o porque una vez alcanzado el objetivo se querrá más y se volverá a repetir el círculo indefinidamente.
Por otro lado, la propia gente con la que convives no quiere que seas feliz, tú mismo no quieres ser feliz. ¿Qué pasa cuando somos infelices? Todos se preocupan y nos hacen mucho más caso, nos sentimos queridos, pero, ¿qué pasa si somos felices? El resto sentirá envidia de esa felicidad, para el ego humano es mucho más sencillo ayudar a los que no lo son que aceptar que alguien esta en un estado por encima de él. Es más fácil ayudar y sentirse útil que envidiar a alguien y a su vez, para ese alguien es más fácil no ser envidiado en aras de sentirse querido.
Así es que, ese concepto abstracto y politizado que la sociedad coloca en un altar, no es sino una burla hacia lo que en realidad hace referencia el término.
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Es cierto, pero la peor verdad es que es muy, muy difícil ser plenamente feliz.
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