lunes, 9 de enero de 2012

But tomorrow´s a wishful thinking

No sabía cuánto llevaba encerrado en aquellas cuatro paredes. Hacía mucho que había perdido la cuenta. En algunas ocasiones, a través de las cortinas creía haber vislumbrado algo, pero el exterior era algo que contaba con poca aceptación en donde se encontraba. La calefacción se había apagado, quién sabe si por no pagar las facturas, por dejadez o por una simple avería. Aún así, el piso de arriba desprendía calidez, pero no podía subir. Con cada vez más frecuencia oía ruidos en la parte superior, sobretodo pisadas y voces que en muchas ocasiones le impedían dormir y le recordaban a cuando todavía vivía arriba. Toda su existencia consistía en llevar cosas a los pies de la escalera cuando así era requerido. El día en que algo lo empujó escaleras abajo había ido poco a poco borrándose de su mente, la única marca visible eran sus piernas que, no curadas, no le permitían volver a subir. Finalmente había aceptado esa situación, se había adaptado al frío y hasta empezaba a pensar que nunca había estado ni en el piso de arriba ni en ningún otro lado. Pero en un momento todo cambió. Una pequeña piedrecita lanzada sin querer por una mano inocente golpeó suavemente una de las ventanas. No fue la piedra, ni la pequeña mancha que dejó en la ventana, ni el hecho de que arriba se oyeran pasos, fue el ruido. El sonido retumbó por el piso y despertó su mente dormida. Sus piernas no estaban heridas, ni siquiera hacía frío abajo y calor arriba, en realidad ya no había ninguna escalera, de hecho no había ninguna casa.


No quiero más de aquellos locos acuerdos,
que hicieron de este un mundo de besos muertos.

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