Siempre las encuentro en mis sueños. Todas esas cosas que
por alguna razón que se me escapa se han perdido aparecen en el exacto lugar al
que pertenecen, ese lugar donde las dejé la última vez, imperturbables al paso del
tiempo, inamovibles para todo aquel que no sea yo mismo. Algo que, bajo el
manto de Morfeo, encuentro lógico. Pero desde hace ya algún tiempo, al despertar,
cuando acudo a esos sitios en busca de lo que fuera que debiera estar ahí lo
encuentro vacío. Sé que algo ha ido mal, pero cuando intento recomponer en mi
cabeza los eventos que ocurrieron me faltan piezas del puzzle, muchas cosas no
encajan y, sin embargo, también acabo encontrando cierta lógica en esos lugares
llenos de ausencias y de palabras no dichas. Durante mucho tiempo he estado
esperado el día en el que, al despertar, todos esos huecos aparecieran llenos, en base a algún tipo de serendipia, como antes, pero creo que, poco a poco y aún no de manera completa, me he dado
cuenta de que esas oquedades no son más que recuerdos que me resisto a dejar
que sean simplemente eso, recuerdos. No sé si algún día dejaré de verlos así,
lo que sí sé es que, si algo tiene esta realidad (término que me permito la
licencia de usar en este caso) a la que llamamos vida, es, fundamentalmente, movere, del latín movimiento, del que
derivan emoción, motivación y una larga retahíla de palabras más. Y con esto
quiero decir, con florituras lingüísticas y alardes innecesarios que, lo bonito
y complicado de vivir, es que lo único que nunca cambia es que las cosas
cambian.
No siempre voy a esperar a Godot
No siempre voy a esperar a Godot
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